A dos años de ser aprendiz ceramista, discípula del Maestro Eusebio Ortega Moreno, originario de Juan Mata Ortiz, Chihuahua, México.

En mi taller acaricio el barro, lo maltrato, lo golpeo, me peleo con él y luego hago las paces.  A fuerza de golpes lo convenzo de brindárseme rendido.  Se  acomoda y se adapta a mis designios.  Se rinde ante mis caricias y torturas y al fin se me entrega sumiso.  Le doy forma y el lodo se transforma en algo, se define, se erige como una estatua.  Se diferencia y se vuelve único, se concretiza, se sustenta, se manifiesta…

Después, esa forma que mis manos revelaron de lo amorfo, esa construcción sin par, ese objeto único, se seca y se quiere terso y suave.  Y se pule, se desbasta, se bruñe y se abrillanta, una y otra vez, para volverlo joya, una olla-joya de estilo Mata Ortiz…

Y la meditación profunda sucede cuando comenzamos a pintar…