Aquí se notan las marcas de los dedos…

los cuales hacen un movimiento de  «pellizcar y juntar» para ir «subiendo» las paredes de la olla…  Como aquí ya pegamos un chorizo, tenemos barro disponible para construir la olla.  Debe de tener uniformidad en el grosor no sólo por estética sino porque si las paredes son desiguales la dilatación térmica también lo es, provocando tensiones que terminan por romper la pieza.  La parte interior de esta ollita la alisé con una espátula «hechiza», redondeada y de material plástico, la cual me sirvió para homogeneizar la superficie de adentro de la olla.  Si tenemos acceso, el interior también se trabaja, pero a veces la pieza es tan esbelta que no cabe nuestra mano para ello.  Las marcas de los dedos sólo le añaden valor en el mercado del arte, pues así se demuestra que son realmente hechas a mano…

En esta toma…

se nota el «chorizo»  de barro pegado a la pieza…  si te fijas puedes ver las rayas que deja la segueta que utilizo para alisar la superficie exterior de la olla.  Esta herramienta sencilla «peina» la mezcla del barro y la hace uniforme.  De esta manera se integra perfectamente para evitar dejar burbujas, las cuales hacen que la pieza reviente al momento del cocimiento.  Al secarse la pieza esas rayas de la segueta van a desaparecer en el proceso de lijado.   Para esto utilizamos lijas de diferentes grosores.

Como puedes ver, cada pieza de cerámica Paquimé lleva varios procesos, todos delicados y laboriosos.  Hay quien piensa que esto es una tremenda flojera.  A mi me apasiona cada una de las etapas por una única razón:   Es meditación en movimiento…